El brujo que sabía leer...

El origen de mi pueblo se remonta a los tiempos inmemoriales cuando los hombres se diferenciaron del resto de animales. Fueron milenios difíciles, de grandes cataclismos y bruscos cambios climáticos, mantener la vida no era fácil. Pero los hombres de mi pueblo sobrevivieron gracias a su astucia y al poder de su imaginación. Movidos por una voluntad insaciable de observación, consiguieron abstraer la realidad del mundo, distinguiendo las ideas de los objetos en sí mismos. Desarrollaron un primitivo lenguaje al calor de una lumbre en las frías noches de la montaña, lenguaje con el que se contaban historias del pasado y se inventaban, con el poder del deseo, un futuro mejor.

La madre naturaleza brindaba sus frutos con generosidad, pero para ello teníamos que ir de un lado para otro detrás de las manadas de animales, buscando los bosques frutales y las praderas de las hierbas del pan. La travesía estaba llena de peligros y en muchas ocasiones fuimos devorados por otros animales depredadores que competían con nosotros con su fuerza y ferocidad.

Los años de la vida nómada fueron muy duros pero nos permitieron observar la naturaleza y las estrellas, que era lo que más nos gustaba y siempre hacíamos después de una buena matanza. Comprendimos, o mejor dicho, comprendieron las mujeres de nuestro pueblo, que la vida en la naturaleza era cíclica. Por el día, mientras los hombres cazaban, las mujeres observaban con atención el cambio de los campos y la reproducción de los animales. Entre los hombres existía la costumbre de observar las estrellas en el silencio de la noche, por lo que ellos también aprehendieron la circularidad del universo.

Con todos esos conocimientos transmitidos de padres a hijas y de madres a hijos, apareció el conocimiento social y la cultura. Nadie poseía nada, todos éramos parte de Gaia y con el saber acumulado conseguimos vivir mejor. Fundamos poblados permanentes, sembrábamos semillas y cuidábamos las crías de los animales. El futuro se hizo predecible y nuestros hijos sobrevivieron mejor.

Todos los niños anhelábamos compartir nuestro tiempo con el chamán, que era el gran jefe del cielo y el custodio de la caverna del tiempo. El chamán lo sabía todo, decía a nuestros padres cuando tenían que hacer una cosa o la otra. Nunca supimos qué hacía ni con quién hablaba cuando se internaba en la caverna a meditar, pero siempre traía una respuesta. Él decía que hablaba con nuestros antepasados, ¿cómo era eso? ¿dónde estaban los espíritus sabios?. Decía que en los próximos días llovería, y así era, ¿por qué siempre acertaba?. Niños y adultos acatábamos las decisiones del gran brujo pero no conocíamos los fundamentos de su ciencia.

Estas dudas invadieron mi cabeza de niño hasta que el chamán me eligió como heredero del conocimiento de los muertos. Ahora de viejo, como gran brujo de la comunidad, conocedor de la fuente de las respuestas, he de elegir al hombre-niño que ha de sustituirme en la custodia de la gruta del tiempo.

Recuerdo con nostalgia mis primeros días de aprendiz de brujo, el maestro me insistió en que no dejara de preguntar lo que se me ocurriera, decía, “en la capacidad de preguntar reside la sabiduría”. Los siguientes días me enseñó los signos de las paredes, unos estaban grabados en la piedra, otros, pintados con bellos colores de rojo almagra y negro del fuego. Comprobé con cierta decepción que nuestros antepasados muertos no existían, tan sólo nos legaron los signos de las paredes, signos que nos comunicaban lo que iba a suceder. Todo lo relacionado con los ciclos del campo, las estaciones, las plantas, los animales, los movimientos del Sol, la Luna, las estrellas... y en general todo lo mutable, estaba esquemáticamente escrito allí.

Cuando me consagró como nuevo chamán, poco antes de morir, me dijo que las grandes respuestas dependerían de mí, que la caverna era el lugar más importante de nuestro pueblo y que yo era brujo porque aprendí a leer los signos de los muertos. No había nada mágico ni divino, la gran proeza de mi pueblo fue imaginar un lenguaje que permitiera hablar a los vivos con los muertos.

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