Kafkando

Cayó en mis manos casi por causalidad, era un hermoso grillo vestido con un frac de charol como buen director de sonatas nocturnas, sus empinadas antenas hacían de batuta.

Me asaltaron de inmediato recuerdos de las noches de la infancia, cuando en los atardeceres de la primavera me recreaba con el bello canto de los grillos. Ese cambiante e impredecible ritmo siempre me pareció soporífero y me provocaba una modorra que parecía provenir de lo más profundo de mi inconsciencia.

Después conocí que en las antiguas culturas orientales el grillo era considerado un insecto doméstico y que su canto nos resulta agradable porque viene formando parte de nuestras cálidas noches desde los albores de nuestra animalidad.

Le ofrecí hospedaje en una cómoda fiambrera, lo agasajé con uvas y lo bauticé con el nombre de Kafka. A cambio esperaba que a mi lado interpretara aquella atávica sintonía, aunque sólo fuera unos breves compases.

Permaneció mudo el primer día, pero comprobé que las uvas le gustaban. Ambos nos mirábamos fijamente desde cerca, para reconocernos. En su mirada encontré los pensamientos de Kafka y me pregunté qué clase de persona sería antes de la metamorfosis.

Al segundo día su alegría era evidente, debió sentirse bien con la frescura de las manzanas y la calidez de mi guarida, porque a la tercera noche nos deleitó con su mejor serenata. Contento, saltarín y cachondo buscando hembra, cumplió con su parte del acuerdo y tras el intercambio de comida y música al cuarto día lo liberé.

Desde entonces, cuando escucho el cric cric de algún grillo junto a mi ventana, me pregunto si será Kafka que viene a regalarme su alegría de insecto.


2 comentarios:

Juanma dijo...

Esa ventana tuya da a un jardíncillo en talud donde se encuentra una oliva y unos cuantos matojos, quiza restos del pasado agricola del barrio, pero en las numerosas ocasiones en las que he estado en ese jardín nunca he escuchado el canto de un grillo, ese trocito de campo aislado nunca me parecio albergar vida; la proxima vez escuchare con más atenión.

El perro de Diógenes dijo...

La vida existe, con o sin nuestra atención, a veces hay vida en los lugares más insospechados... ¡Conoces bien el barrio de mi ventana! Salud, Juanma.

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